viernes, 1 de febrero de 2013

1er cap: Amor en Venta


Capítulo 1 


Esta es PolIy Johnson —dijo Raúl Zaforte­za tras sacar una fotografía de una carpe­ta —. Dentro de seis semanas dará a luz a mi hijo. Para entonces, tengo que haberla encon­trado. 

Digby, que esperaba una rubia despampanante con cara y cuerpo de modelo, se quedó confundido al ver a esa mujercita pequeña y delgada, de pelo color caoba, ojos azules y sonrisa dulce. Parecía tan joven que no la veía adecuada como madre de alquiler. 

Digby Carson era abogado de un bufete londi­nense de gran prestigio y había llevado casos muy difíciles; ¿pero qué podía hacer contra una madre de alquiler que había huido, resuelta a quedarse con el niño finalmente? Miró a su cliente con ex­presión poco alentadora. 

La fortuna de Raúl Zaforteza le venía de la explotación de minas de oro y diamante. Era un magnate brillante, un gran jugador de polo y, según la prensa amarilla, un hombre mujeriego. Rozaba el metro noventa, tenía constitución atlética, un tem­peramento inflamable y, en resumen, un aspecto muy intimidatorio. 

— Digby... creía que mi asesor de Nueva York ya te había hablado al respecto — espetó Raúl im­pacientado. 

—Dijo que era un asunto demasiado confiden­cial para tratarlo por teléfono. Y yo no tenía la me­nor idea de que estuvieras planeando convertirte en padre por medio de una madre de alquiler — re­plicó Digby—. ¿Por qué demonios te has embarca­do en una aventura tan arriesgada? 

—¡Por Dios!, ¡tú me has visto crecer! ¿Cómo puedes preguntarme eso? 

Digby se sintió incómodo. Había trabajado para el difunto padre de Raúl y no se le escapaba la in­fancia desdichada de éste. A pesar de su dinero, no podía decirse que le hubiera tocado la lotería con los padres. 

—Decidí hace mucho que no me casaría —pro­siguió Raúl con convicción—. ¡Jamás dejaré que una mujer tenga tanto poder sobre mí, o sobre los hijos que pudiéramos tener! Pero siempre me han gustado mucho los niños... 

—Ya —susurró Digby. 

—Muchos matrimonios acaban divorciándose y en la mayoría de ellos la mujer se queda con los hijos —le recordó Raúl al abogado—. Alquilar a una madre me pareció la mejor manera de asegu­rarme la potestad de mi bebé; no ha sido un acto impulsivo, Digby. Y me costó mucho encontrar a una mujer adecuada... 

—¿Adecuada? —interrumpió Digby, sorprendi­do por la elección, que no se parecía nada a las rubias de las que su cliente solía hacerse acompañar. 

—Cuando mi equipo de asesoramiento de Nue­va York puso un anuncio, recibieron ofertas de muchísimas candidatas. Contraté a un médico y a un psicólogo para que dictaminara a las más aptas, tras someterlas a una batería de pruebas... y la res­ponsabilidad final fue mía, por supuesto. 

—¿Cuántos años tiene? —preguntó Digby mientras miraba la foto de Polly Johnson. 

— Veintiuno. 

—¿Y era la única candidata adecuada? 

— El psicólogo tenía sus reservas, pero decidí pasarlas por alto. Tuve la corazonada de que era la madre perfecta y actué por instinto. Es cierto que es joven e idealista, pero sus valores me conven­cieron; no la motivaba la codicia, sino el deseo de­sesperado de pagarle una operación a su madre que pudiera prolongarle la vida. 

— Me pregunto si esa desesperación no afectó a su capacidad de discernir dónde se estaba metien­do — repuso Digby. 

— Eso no sirve de nada ahora que está embara­zada de mi hijo —replicó Raúl, desabrido—. Voy a encontrarla como sea. He estado investigando y sé que hace dos meses estuvo en la casa de su madri­na, en Surrey. Todavía no sé adónde fue después; pero antes de encontrarla necesito saber qué dere­chos tengo de acuerdo con las leyes de este país. 

Digby no tenía prisa por darle las malas noti­cias: el alquiler de madres no estaba bien visto en Inglaterra y si ella decidía quedarse con el bebé, ningún juez le entregaría la custodia de éste al su­puesto padre, por más contratos que se hubieran firmado. 

— Antes cuéntame más detalles — contestó el abogado. 

Mientras le ponía al corriente, Raúl miraba por la ventana y recordaba la primera vez que había visto a Polly Johnson, a través de un cristal de dos caras, con espejo en la perteneciente a la sala don­de la habían recibido sus abogados de Nueva York. Le había parecido una muñeca de porcelana, frágil e inusualmente bella. 

Se había mostrado valiente y sincera. Y muy agradable. No es que Raúl hubiera buscado antes a una mujer así, pero le gustó la idea de que su hijo heredase esas cualidades. Y aunque no era una mujer de mundo, experimentada, pero gozaba de ­una enorme fortaleza interior y un carácter tranquilo. 

Luego, cuanto más había hablado Polly, más deseos había tenido Raúl de conocerla cara a cara, para poder responder a su hijo, en el futuro, sobre las preguntas curiosas que le hiciese sobre su ma­dre. Pero sus abogados se habían negado tajantemente, alegando que debía permanecer en absoluto anonimato, a fin de ahorrarse posibles problemas más adelante. Pero, dado que él siempre había te­nido fe ciega en su instinto, no había dudado en sa­tisfacer sus deseos... 

Y debía reconocer que tras desoír los consejos de sus abogados, todo había empezado a torcerse. 

— De modo que nada más asegurarte de que la chica estaba embarazada, la instalaste en una casa en Vermont, con una asistenta de tu confianza para que cuidara de ella —dijo Digby—. ¿Dónde estaba su madre mientras tanto? 

—En cuanto Polly firmó el contrato, su madre fue a un hospital para fortalecerse y poder afrontar el postoperatorio. Estaba muy enferma y no sabía nada del contrato de alquiler de su hija. La opera­ron cuando Polly sólo estaba de dos semanas... Murió dos días después de la intervención —con­cluyó Raúl, en tono pesaroso. 

— Pobrecilla. 

¿Pobrecilla? Polly se había quedado desolada. Y Raúl era consciente de que el único motivo por el que se había ofrecido a alquilarse era salvar la vida de su madre. Cuando Soledad, la asistenta, le había comunicado la depresión que Polly estaba atravesando, Raúl no había podido evitar acercarse a ella. 

Había temido que abortara del disgusto y había sentido la obligación de ofrecerle su apoyo. Estaba sola en un país que no era el suyo, con sólo vein­tiún años, embarazada de un desconocido y con el luto de su madre... 

—Así que me puse en contacto con ella —con­fesó Raúl—. Como no podía reconocer que yo era el padre del bebé, tuve que recurrir a algunos enga­ños para presentarme. 

Digby lamentó que su cliente se hubiese dejado ver por Polly; pero Raúl Zaforteza era un hombre muy complejo: así como era un enemigo temible en los negocios y muchas mujeres sufrían por lo distante que se mostraba con ellas, también tenía gestos muy generosos, unos pocos amigos muy fieles y era capaz de los sentimientos más profun­dos. 

—Me alojé en una casa cerca de donde ella vi­vía y me aseguré de que nuestros caminos se cru­zaran, sin revelar mi identidad. Durante los si­guientes meses, la visité algún fin de semana que otro, poco tiempo, sólo para que pudiera hablar con alguien —Raúl se detuvo y se encogió de hombro; se notaba que estaba tenso. 

-¿y? 

—¡Y nada! —se giró y lo miró con sus ojos os­curos y penetrantes—. La traté como si fuera mi hermana pequeña. Era una amiga, nada más. 

1er cap: Mentira cruel



CAPITULO 1



Nicky se adelantó a sus acompañantes y se abrió paso entre la multitud para lanzarse a los brazos de su madre.

— Te extrañé – dijo el niño y hundió la cabeza oscura bajo la barbilla de ella, pasa así ocultar sus lágrimas.

Kerry lo abrazó con fuerza. El estuvo con su padre durante todo un mes. Kerry observó el calendario durante cada día de su ausencia, resintiendo el poco habitual silencio que había en la cabaña y el vacío de los fines de semana. Cuando despacio colocó sobre el suelo a su pequeño de tres años, notó a los dos hombres que vestían trajes oscuros y que estaban a corta distancia. Eran la escolta de Nicky.

Uno de ellos se adelantó y señaló con frialdad:

— En realidad no era necesario que viniera al aeropuerto, signora. Hubiéramos llevado a Nicky a casa como lo hacemos siempre.

El hombre estudiaba con insolencia y sus ojos oscuros recorrían su cuerpo. Sin poder evitarlo, Kerry se ruborizó. Sabía que no debería de permitir al personal de seguridad de Alex que la amedrentara, mas lo hacía. Para ellos, ella no era una persona importante, sino la ex esposa olvidada, quien ni siquiera disfrutaba una relación afectuosa con su jefe, después del divorcio. Podían darse el lujo de ser tan rudos y superiores como quisieran, pues sabían mejor que nadie que Alex ni siquiera recibiría una llamada telefónica de ella. Las probabilidades de que la mujer se quejara, eran mínimas.

Haciendo un esfuerzo, ella se levantó la barbilla y manifestó:

— Quise venir al aeropuerto.

— El señor Veranchetti prefiere que llevemos a su hijo a salvo hasta la puerta de su casa, signora.

— Soy perfectamente capaz de llevar a mi hijo a casa – aseguró Kerry, y con toda deliberación se volvió, pues no quería un enfrentamiento en el centro de Heathrow.

— Hasta que el niño llegue a casa, es nuestra responsabilidad – insistió el hombre y colocó una mano sobre el hombro tenso de ella.

Kerry no podía creer que eso sucediera. Que uno de los hombres de seguridad la intimidara y tratara a su hijo como al pequeño Lord Fauntleroy. Nicky era su hijo, y aunque también lo fuera de Alex, ¿tenía ella que soportar ese trato? Arruinaba por completo la llegada de Nicky a casa. Kerry era consciente de que los ojos de color café de su hijo estaban fijos en su rostro y que la miraba con ansiedad. Kerry intentó controlarse.

— Cuando yo estoy aquí, él es mi responsabilidad – aseguró Kerry y en su boca apareció una sonrisa forzada — . En realidad, esto es ridículo. Y sólo porque decidí venir a recibirlo al avión...

El otro hombre también se adelantó. En una mano llevaba la maleta de Nicky. Los dos hombres intercambiaron unas palabras en italiano y Kerry sintió deseos de asesinarlos. Los últimos cuatro años fueron muy difíciles para ella y lo que no podía aceptar, era que cada vez resultaran más complicados. Celosamente, Alex trataba de mantener a su lado a Nicky cada vez por períodos más largos y el abogado de Kerry era una persona muy introvertida que le decía que no debería de provocar la hostilidad de su ex esposo.

— Al señor Veranchetti no le agradará – habló el hombre mayor por primera vez. Lo hacía como si Alex fuera Dios o tal vez el demonio, se dijo Kerry. La gente siempre empleaba ese tono impresionante de voz cuando se referían a su ex marido. Kerry llegó al punto en que sentía que la sangre se le helaba en las venas siempre que lo mencionaban. Alex se convirtió en una persona remota e intocable, con incalculable poder de influencia, mucho antes que se divorciara de ella. Resultaba humillante reconocer que la manera como Alex la trataba en los últimos años, la dejaba petrificada.

Ese día Kerry decidió que ya era suficiente. Nicky era de ella y esos hombres estaban, lo creyeran o no, en tierra inglesa. Ella no tenía que estar allí dejándose intimidar por los secuaces de Alex. Sus ojos verdes miraron a los dos hombres con enfado.

— Desafortunadamente, los deseos del señor Veranchetti no tienen el mismo peso conmigo – murmuró Kerry y de manera desafiante, extendió la mano para tomar la maleta de su hijo. Después de un momento de duda, el hombre se la entregó y el peso de esta, casi le disloca la muñeca. Ella era una mujer pequeña y delgada. Animada por su pequeña victoria, sonrió y dijo — : gracias.

— ¿Por qué están enfadados Enzio y Marco? – respondió ella — . Despídete de ellos.

Nicky volvió la cabeza.

— Vienen detrás de nosotros – la informó el niño.

Kerry se dijo que si ellos querían perder el tiempo al seguirla hasta el estacionamiento, era asunto de ellos. Decidió que debió ser firme desde mucho antes. No debía permitir que para ella tuviera importancia la opinión de extraños. Comprendió que lo que temía era que supieran el motivo por el cual su matrimonio terminó. Era un temor profundo de que su secreto fuera conocido entre el personal de seguridad de alta jerarquía de Alex. Era eso lo que inevitablemente la mantenía en silencio.... la vergüenza y culpa, aun después de cuatro largos años. Sentía que ya no era digna de respeto, por lo que los demás no se lo dieran.

— Se fueron – dijo Nicky un tanto desilusionado, durante el largo trayecto hasta la camioneta.

Los tensos hombros de Kerry se relajaron un poco, bajó la maleta y la tomó con la otra mano. Era una mañana fría, con escarcha y las botas que llevaba resbalaban sobre la blanca acera. Se cerró el grueso abrigo y apresuró el paso para llegar hasta la camioneta azul estacionada cerca de cerca. Cuando colocó la maleta de Nicky en la parte posterior y se sentó detrás del volante, notó que Nicky estaba silencioso. Por lo general charlaba mucho y le contaba historias de sus aventuras. Por algún motivo, faltaba su habitual alegría.

— ¿Te divertiste? – le preguntó Kerry.

— Oh , sí – le sonrió con aprensión, mientras ella ponía la camioneta en movimiento.

— ¿Qué hiciste?

— Fuimos a pescar y a nadar... y viajamos en el avión. Nada especial – murmuró el niño y volvió su pequeña cabeza.

Kerry supuso que para Nicky eso no era nada especial, puesto que desde muy pequeño voló alrededor del mundo para reunirse con su padre. Cuando Nicky era un bebé, Alex volaba hasta Londres y una niñera en un coche conducido por un chofer iba por Nicky y tenerlo con él durante el día. No obstante, cuando Nicky fue menos dependiente de su madre y tuvo más familiaridad con su padre, los paseos de un día poco a poco se convirtieron en eventos que duraban un fin de semana.

Ahora el niño tenía casi cuatro años, era muy inteligente y tenía confianza en sí mismo. En esos días ya no iba la niñera para cuidarlo y una llamada telefónica o una carta del abogado de Alex, era suficientes para avisar de su llegada. Alex tenía acceso ilimitado con el niño. Cuando Nicky era un bebé, esto no preocupaba a Kerry pues parecía que Alex no intentaba inmiscuirse demasiado. Sin embargo, la situación cambió con rapidez durante un año.

Además, Nicky adoraba a Alex de manera abierta y Kerry nunca pudo comprender ese hecho sorprendente. Alex era frío, remoto, capaz de sentir mucho odio hacia la madre de su hijo... ¿cómo era posible que Nicky le inspirara confianza y afecto? Ella no podía imaginarse a Alex agachado para estar a la altura de un niño de tres años, más parecía que así sucedía.

— Mamá, papá quiere que viva con él – murmuró el niño. Los ojos de Kerry estaban fijos detrás de la camioneta. Kerry estuvo a punto de frenar de pronto al escuchar lo que decía Nicky.

— ¿Qué dijiste? Repítelo – pidió Kerry y respiró profundo.

— Me preguntó si me gustaría – comentó el niño. Kerry se dijo que Alex era un hombre manipulador al preguntar eso a un niño de la edad de Nicky. Fue sólo una charla, y era posible que de estar ella en el lugar de Alex, habría hecho lo mismo. Eso no significaba que ella tuviera que preocuparse, después de todo, Alex no luchó por la custodia de Nicky cuando éste nació. ¿Por qué iba a hacerlo ahora?

— ¿Qué le respondiste? – quiso saber Kerry.

— Que me gustaría, sólo si tu también ibas. Lo he pensado muchas veces – le aseguró Nicky — ,y me gustaría mucho, pues así no te extrañaría a ti ni a papá.

AMANDA

AMANDA
UNA HISTORIA DE HUMOR Y ROMANCE